sábado, 16 de marzo de 2024

Tesis sobre el cuento


Primera tesis: Un cuento siempre cuenta dos historias.

El cuento clásico (Poe, Quiroga) narra en primer plano la historia 1 (el relato del juego) y construye en secreto la historia 2 (el relato del suicidio). El arte del cuentista consiste en saber cifrar la historia 2 en los intersticios de la historia 1. Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario.

El efecto de sorpresa se produce cuando el final de la historia secreta aparece en la superficie.

Cada una de las dos historias se cuenta de modo distinto. Trabajar con dos historias quiere decir trabajar con dos sistemas diferentes de causalidad. Los mismos acontecimientos entran simultáneamente en dos lógicas narrativas antagónicas. Los elementos esenciales de un cuento tienen doble función y son usados de manera diferente en cada una de las dos historias. Los puntos de cruce son el fundamento de la construcción.

El cuento es un relato que encierra un relato secreto. No se trata de un sentido oculto que depende de la interpretación: el enigma no es otra cosa que una historia que se cuenta de un modo enigmático. La estrategia del relato está puesta al servicio de esa narración cifrada. ¿Cómo contar una historia mientras se está contando otra? Esa  pregunta sintetiza los problemas técnicos del cuento.

Segunda tesis: la historia secreta es la clave de la forma del cuento y de sus variantes.

La versión moderna del cuento que viene de Chejov, Katherine Mansfield, Sherwood Anderson, y del Joyce de Dublineses-, abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada; trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca. La historia secreta se cuenta de un modo cada vez más elusivo. El cuento clásico a la Poe contaba una historia anunciando que había otra; el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola.

El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la busca siempre renovada de una experiencia única que nos permita ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta.

La teoría del iceberg de Hemingway es la primera síntesis de ese proceso de transformación: lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión.

El arte de narrar se funda en la lectura equivocada de signos.

Como las artes adivinatorias, la narración descubre un mundo olvidado en unas huellas, que encierran el secreto del porvenir.

El arte de narrar es el arte de la percepción errada y de la distorsión. El relato avanza siguiendo un plan férreo e incomprensible y recién al final surge en el horizonte la visión de una realidad desconocida: el final hace ver un sentido secreto que estaba cifrado y como ausente en la sucesión clara de los hechos.

En el fondo la trama de un relato esconde siempre la esperanza de una epifanía.

Una historia se puede contar de manera distinta, pero siempre hay un doble movimiento, algo incomprensible que sucede y está oculto.

El sentido de un relato tiene la estructura del secreto, está escondido, separado del conjunto de la historia, reservado para el final y en otra parte.

El arte de narrar es un arte de la duplicación; es el arte de presentir lo inesperado; de saber esperar lo que viene, nítido, invisible, como la silueta de una mariposa contra la tela vacía.

Sorpresas, epifanías, visiones. En la experiencia siempre renovada de esa revelación que es la forma, la literatura tiene, como siempre, mucho que enseñarnos sobre la vida.

Para el crítico la literatura es un saber sometido. No hay un saber en la literatura, hay un saber externo que se le aplica ya sea desde la lingüística, el psicoanálisis, la sociología, el marxismo, o los estudios culturales.

Habría tres modos de leer de un escritor. Primero tiende a ver la construcción antes que la interpretación. Al escritor le interesa más cómo está hecho un libro que preguntarse qué significa. Quiere saber cómo funciona es máquina para construir otra. De allí que sus reflexiones sean tan específicas y técnicas, como pueden ser las de Nabokov.

Manuel Puig me dijo una vez “no puedo leer novelas, porque cuando las leo las corrijo”, Es decir, para un escritor los libros nunca están terminados, los ve como si fueran un work in progress. Este es un tipo de lectura fluida y sin complejos que tiende a poner el acento, sobre todo, en cómo están hechas las cosas.

La segunda manera de leer de un escritor es lo que yo llamo la lectura estratégica. Tiene que ver con lo que vos te referías al hablar de Benjamin. La lectura de un escritor nunca es inocente.

 

Ricardo Piglia

Tomado del libro "Formas breves"

jueves, 14 de marzo de 2024

Plática





¡Eres un hermoso cielo de otoño, claro y rosado!
Pero la tristeza en mí sube como el mar,
Y deja, al refluir, sobre mi labio moroso
El recuerdo penetrante de su limo amargo.

—Tu mano se desliza en vano sobre mi pecho que se pasma;
Lo que ella busca, amiga, es un lugar saqueado
Por la garra y el diente feroz de la mujer.
No busques más mi corazón; las bestias lo han devorado.

Mi corazón es un palacio mancillado por el tumulto;
¡En él se embriagan, se matan, se arrancan los cabellos!
—¡Un perfume flota alrededor de tu garganta desnuda!...

¡Oh, Belleza, duro flagelo de las almas, tú lo quieres!
¡Con tus ojos de fuego, brillante como orgías!,
¡Calcinas estos jirones que han desdeñado las bestias!




Charles Baudelaire
Del poemario: "​Las flores del mal​"

martes, 12 de marzo de 2024

     SU NOMBRE, JULIA




Te quedas fijamente mirando a esa niña que tiene sus mismos ojos, la misma boca, y acaba de decirte que la esperes, que ella te recibirá en unos minutos, que tiene varios días indispuesta y ahí, en ese instante, mirando su foto en la pared, es cuando compruebas el parecido entre las dos y piensas que tal vez esa pueda ser la razón por la que no la ves desde aquella tarde en que venías por la avenida Charles de Gaulle y, debajo de un almendro, encuentras a esta muchacha delgada, alta, ojos de un negro casi tirando a café, boca pronunciada con una sonrisa entre mordaz y triste. Detienes el auto y te ofreces a llevarla. Ella se monta, te sonríe y te dice que su nombre es Julia y tú la miras, piensas que has visto ese rostro otras veces, algo muy hondo te remueve esa mujer y su perfume. Desandas de un tirón lejanos momentos de tu vida, tratando de encontrarla y encontrarte junto a ella en algún lugar de tu pasado. Su voz te suena familiar y ese mohín que te arroba, los dos hoyuelos en los pómulos canela de esa Julia que acaba de llenarte el auto y los sentidos con su mágica presencia, cautivándote. Reduces un poco la velocidad, das paso a ese grupo de niños que salen del colegio. Arrancas de nuevo, miras a esa mujer que ha invadido de forma brutal y tan tranquila, como si nada pasara, el auto y todo tu ser y es entonces cuando se te ocurre la idea de prolongar el momento, de estar más tiempo junto a ella y acudes a ensayar tu mejor sonrisa. La tosecita afirma y busca dar seguridad a la suave y delicada proposición de invitarla a dar una vuelta, a conversar un rato y ella que accede y te sonríe y sus ojos cortan la tarde y el mohín y el aroma y tú, torpe, atolondrado que no sabes hacia dónde dirigir la marcha, detenido ante el semáforo y la luz verde y el camionero maldiciendo atrás y tú, comprándole flores a la niña de los bucles doradísimos y descuidada y Julia, agradecida, que te desarma con su sonrisa austral, sin transparencias. Ahora ruedan lentamente por el malecón de Villa Duarte, el mar luce la misma calma que los ojos de Julia, y Julia, parca, como ida, orlada de un angélico misterio y tú, que te aguzas, pones el tema del calor, la maravilla del encuentro, la necesidad de seguir conversando y las cervezas y ella que, bueno, ni niega ni afirma, que se transmuta, se ilumina, sonríe y, otra vez, sientes el raro pálpito, la sensación de haber visto otra vez, muchas veces la misma sonrisa. Quieres poseerla, hacerla tuya, ahí mismo y para siempre. Pero ella propone quilla el sonido con su voz de contralto, dulcísima, afinada visitar las ruinas del Hospital San Nicolás de Bari y tú, conocedor, arrobado, la complaces y, mientras cruzan el puentecito de Villa Duarte, le haces creer que miras las chimeneas de El Timbeque para, sin mucho disimulo, meterte entre sus ojos, escrutar el horizonte desde allí y soñar, volar por entre el brillo que se expande. Te vas y el tráfico que te pita y repita, por haber doblado hacia la izquierda en la Vicente Noble, pero ya es tarde. Logras burlarlo y ya están en la Ciudad Colonial y luego a la derecha, Hostos y el muchacho que se ofrece a cuidarte el carro y las palomas, las palomas que se quedan mansas y tiernas a su paso, se le posan sobre el hombro y ella, busca miguitas en el bolso y llegan más y más palomas, tantas que casi te pierdes en un árbol de plumas que se mueve junto a ti. Te arriesgas un poco más. Entras a ese terreno peligroso. Preguntas. Insinúas. Atacas. Retrocedes y contraatacas: que te hable de Julia, de dónde viene, qué hace y, ya no aguantas más, la has visto antes, estás seguro, se conocían, que la memoria te está jugando una trastada, que si fue en la universidad, en el bachillerato, en algún campamento, dónde trabaja, si estudia y ella te mira, sonríe otra vez y salen, en tropel de sus ojos, como bandadas de palomas, unos rayos de luz que cobran sonido, diciéndote que desde niña acostumbraba, con su abuelita, llevarle de comer a las palomas, se pasaba horas y más horas jugando con ellas y oyendo a la abuela contarle historias, leer le libros y soñar, juntas. Sientes que de nuevo te ha sido, como que flotas y de repente, baja la luz, cobran un tono gris sus ojos y hay menos decibelios en su voz; te cuenta que había pasado mucho tiempo sin volver a ese lugar y, al través de sus lágrimas, intentas viajar a ese pequeño mundo que te pinta; te agradece en el alma el momento, esa cerveza intacta que parece, por momentos, como si flotara en el aire poblado de palomas, y todos tus halagos y atenciones; te hace saber que jamás había sido tan feliz como esa tarde. Se seca las lágrimas, mohín, sonrisa y la luz que vuelve de repente, se refleja en las plumas de las palomas el brillo de esos ojos tan negros y perfectos y ella, te dice que es tarde, que es hora de regresar que has sido muy gentil, que qué bueno haberte encontrado, no sabes la dicha que le has dado y tú, de una sola pieza, embrujado, bobo, tratando de decir algo que no logras coordinar, triste y feliz, ofreciéndote a acompañarla y ella, cortés, que lo rechaza y tú, que no es molestia, es un placer y al fin acepta, sólo hasta la esquina. Aquí es donde me quedo te dicey la ves partir, decirte adiós y tú, que apenas aciertas a articular la ansiada pregunta que no sabes si ella oyó o no quiso responder. Al fin y al cabo que piensas volver mañana al mismo sitio, a la misma hora y pasas y vuelves y pasas y ya has vuelto tres veces y has dado infinidad de vueltas por el sector y la esquina donde la dejaste aquel martes 13 de agosto, pero no te atreves a preguntar por Julia. No quieres romper el encanto. Quieres, sueñas, ansías encontrarla como aquella primera vez, de repente, que parezca casual y ya has pensado mil cosas que decirle, que contarle y has vuelto tantas veces por las ruinas; pero las palomas sólo te miran y se van, no acuden a ti como lo hacían con ella. Se quedan indiferentes. Nada, tomas la decisión de encontrarla, de llegar hasta donde ella está y le has regalado cinco pesos al niño que, primero se quedó mirándote de arriba a abajo y luego, sin decir nada, sin preguntar, te trajo hasta aquí a esta casita humilde y bien arregladita —como de muñecas, piensas— pintadita de azul y rosado, techo a dos aguas, jardincito a la entrada y esta hermosa niña, angelical y dulce que te abre la puerta, te recibe con muy buenas maneras y la sonrisa que ya conoces y te invita a pasar y tú, un poco confundido, extraño y corto, le encuentras un extraordinario parecido con ella y le dices a quien buscas y te dice que sí que vive allí, que te sientes y esperes y entra un momentito por un pasillo de la casa y, miras todo, hurgas por las paredes, los muebles el piso; contabilizas los minutos, silencios, sonidos, todo. Hasta que aparece de nuevo la niña, con la misma sonrisa que conoces y te dice que ella te va a recibir, que la esperes y no puedes aguantarte más y le preguntas su nombre y parentesco y, juguetona, se te acerca y te dice que Luisa, que estudia ballet y piano, que le gustaría cantar como Yuri; pero que ahora está muy triste y apenada por las dolencias y recaída de su abuelita Julia, esa de la foto en la pared, la que en la última semana, precisamente desde el martes pasado, ha dado muestras de mejoría y se pasa las horas cantando, leyéndole historias y hablándole de unas palomas, de unas ruinas y tú, ya estás traspasando la puerta de la calle, oyendo la voz de la niña que se funde con aquella voz que te ayudó a soñar y a construir la tarde más hermosa de tus días y miras el reloj y te das cuenta que a esta hora, precisamente, las tres de la tarde de este martes, debes volver por la avenida Charles de Gaulle a ver si te encuentras de nuevo con Julia, debajo del almendro.


René Rodríguez Soriano

(Su nombre, Julia, 1991)




lunes, 11 de marzo de 2024

Reflexión entorno al Poema


Saint John Perse nos enseñó que la poesía tiene el don de profundizar en el misterio de la existencia. Sin embargo, esa profundización es sólo posible mediante la convicción de que el poema es un plural hecho de lenguaje, que en su madeja lingüística vibran al unísono el pensamiento, el sentimiento y la imaginación de un artista, y por mediación suya, de una sociedad, una época y una cultura. Una lengua es, y el poema tiene en ella su fundamentación y finalidad ulterior, el testimonio señero de una determinada cultura. En la lengua cristalizan, para el presente y la posteridad, los mayores anhelos, estertores, vibraciones íntimas y colectivas, vítores y lamentaciones éticos, épicos y estéticos, los difíciles argumentos de la razón, el derecho y la ciencia, en fin, todas las aspiraciones y fracasos de la vida en sociedad. Hay en la lengua y en el poema una irrefutable, y tal vez inimitable condición de pieza fósil y al mismo tiempo espejo prospectivo del alma humana y de la cultura que ella construye.

El poema aparece, en su siempre perfectible constitución simbólica, como el camino que habría de conducir a lo desconocido, a lo inimaginable, al temible hacia dónde por el que la vida discurre como en un fresco, dantesco a veces, sin principio ni final. Su lectura nos hace testigos, sin que sepamos por qué ni para qué, de la ebriedad de la escritura y de su refutable, tal vez, pero cada vez menos eludible acepción de que la poesía no hace que cambie el mundo, pero, todo cambio en este se prodiga más profundo y humano a través de la textura y movilidad del poema.


José Mármol







domingo, 10 de marzo de 2024

Breve historia de un sueño


No puedo decir que quiso ser ave. Salió de su isla y se fue a otro litoral. Si voló fue porque el aire se convirtió en espumas. Soñó ver la noche perdida en la madrugada. No puedo decir que llegó donde la luna es otra luna disfrazada de nube. No puedo decir las tantas veces que dejó huellas sobre el agua. Fue marea y ola a la vez. Fue sonrisa como una paloma volando sobre un océano. No puedo decir ya más nada. La neblina no dejó ver las estrellas. Ella huyó de su ser para perpetuarse en el sueño.


Pedro Ovalles

Del poemario: "Danza del aire"

 El futuro 



Y sé muy bien que no estarás.

No estarás en la calle

en el murmullo que brota de noche

de los postes de alumbrado,

ni en el gesto de elegir el menú,

ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes

ni en los libros prestados,

ni en el hasta mañana.

No estarás en mis sueños,

en el destino original de mis palabras,

ni en una cifra telefónica estarás,

o en el color de un par de guantes

o una blusa.

Me enojaré

amor mío

sin que sea por ti,

y compraré bombones

pero no para ti,

me pararé en la esquina

a la que no vendrás

y diré las palabras que se dicen

y comeré las cosas que se comen

y soñaré los sueños que se sueñan.

Y sé muy bien que no estarás

ni aquí dentro, 

la cárcel donde aún te retengo,

ni allí afuera, 

este río de calles y de puentes.

No estarás para nada,

no serás ni recuerdo

y cuando piense en ti

pensaré un pensamiento

que oscuramente trata de acordarse de ti.


Julio Cortázar

De: "Salvo El Crepúsculo"



sábado, 9 de marzo de 2024

 Aquí o allí



Quién es el que está aquí, y dónde:

¿dentro o fuera?


¿Soy yo el que siente y el que da sentido

al mundo?

¿O es el secreto corazón del mundo

—remoto, inaccesible—

el que me da sentido a mí?


Qué lejos siempre entonces ya de todo,

incluso de mí mismo;

qué solo y qué perdido yo,

aquí o allí.


Ángel González

De "Otoños y otras luces"